viernes, 13 de agosto de 2010

Volver a Steinbeck




John Steinbeck. Los vagabundos de la cosecha. Libros del Asteroide. Traducción: Marta Alcaraz. 116 pp

Cuando no es un asesinato es la Ley 187, es la Helms-Burton o recientemente la Ley Arizona, pero cada tanto tiempo la migración brinca a las primeras planas de los medios y las discusiones de analistas. El desplazamiento humano en aras de mejores condiciones de vida no es nuevo, de hecho es un fenómeno tan añejo como la presencia del Hombre en el planeta. Hace algunos años se ha convertido en una especie de subgénero, por ejemplo hay una literatura fronteriza no sólo relacionada con el borde entre México y Estados Unidos, también existe respecto a los cubanos que viajan a Miami o los africanos que cruzan el Mediterráneo para llegar a Europa. Dentro del cine la situación es similar, podríamos enunciar cualquier cantidad de filmes alusivos al tema.
Obvio, a mayor cantidad la calidad disminuye. No obstante, hay excepciones una de ellas es la edición en castellano de los reportajes Los vagabundos de la cosecha de John Steinbeck (California, 1902-1968), narrador norteamericano célebre por haber ganado el Nobel de Literatura en 1962 y por piezas como Al este del Edén y el guión de la cinta de Elia Kazan ¡Viva Zapata!
Publicados en 1936 para The San Francisco News, los textos de Steinbeck son obras de alto calibre periodístico originadas en la resaca producida por el “crack” financiero del 29. Quienes se deslumbraron con la implicación de Hunter S. Thompson en los reportajes, tendrán que reconocer en Steinbeck a un maestro aventajado. Se adentra en la vida de los temporales –los trabajadores que viajaban a California en la temporada de la cosecha- , el resultado es una contundente muestra de que más de setenta años después las condiciones no han mejorado. En los días en que fueron escritos estos reportajes el flujo migratorio era de más de ciento cincuenta mil personas, al principio la gran mayoría eran estadunidenses pero conforme se compuso la economía del país fueron los chinos, japoneses, filipinos y latinos – en especial mexicanos- quienes ocuparon estos puestos.
El factor cíclico de la historia hace vigentes los reportajes. “Miles de agricultores cruzan estados enteros en viejos automóviles renqueantes. Viven en la miseria, tienen hambre y se han quedado sin hogar, dispuestos a aceptar cualquier jornal para poder comer y dar de comer a sus hijos”, son líneas que podrían aparecer en el periódico de hoy. Steinbeck pone énfasis en las condiciones de injusticia que afectan a los trabajadores, si bien destaca esfuerzos como los albergues que en su momento impulsó el gobierno de California, crítica también los esfuerzos por evitar cualquier tipo de organización de los trabajadores por parte de los empresarios, granjeros y bancos. Conviene recordar también que mientras realizó estos reportajes, Steinbeck conoció a Tom Collins, cuyo espíritu circula por su obra cumbre: Las uvas de la ira. En resumen, un libro indispensable para los interesados en conocer algo más sobre la migración en la frontera norte.

jueves, 5 de agosto de 2010

Espírtu beatnik




William S. Burroughs y Jack Kerouac. Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Anagrama. Traducción: Fernando González. 185 pp.
La noche del 14 de agosto de 1944 Lucien Carr apuñaló a su amigo David Kemmerer, ambos eran parte de un círculo de artistas e intelectuales desconocidos y un tanto decepcionados por la Segunda Guerra Mundial, entre los que se encontraban William S. Burroughs (San Luis, 1914-1997) y Jack Kerouac (Massachusetts, 1922-1969). La noticia alcanzó los diarios y a final de cuentas se manejó como un acto de defensa ante el acoso de un homosexual. Para muchos el altercado fue el detonante de la “generación beat”, toda vez que motivó versos de Allen Ginsberg y una novela escrita a cuatro manos por Burroughs y Kerouac, misma que hoy nos ocupa.
Luego de varios intentos por conseguir editorial durante 1945, la pieza fue guardada y tras la muerte de ambos narradores quedó en resguardo de James W. Grahuerholz, quien se comprometió a no volver intentar su publicación hasta que muriera Carr. Finalmente vio la luz en 2008 –y apenas en 2010, en su versión traducida al castellano-, cuando ya era codiciada como un documento de culto entre los seguidores de los beatniks.
A través de los alter egos Will Dennison (Burroughs) y Mike Ryko (Kerouac) recrearon el episodio y para evitar obviedades, los escritores cambiaron matices y detalles mínimos.
Hay que reconocer que la novela vale en cuanto al valor histórico de lo que narra y al ejercicio que implicó la escritura a cuatro manos por dos de los beats más emblemáticos cuando todavía no eran las leyendas en que se convirtieron. En este sentido, anticipa rasgos que más tarde utilizarán en sus obras posteriores. Por lo demás, no tiene ni por mucho la dimensión de piezas como En el camino o Yonqui. La historia trascurre desde dos pistas y se agradece que este desprovista de cualquier juicio de valor, es evidente que los escritores tenían como objetivo, primero no juzgar y segundo mostrar el lado desangelado de un país que todavía no despertaba de la depresión. En todo momento el relato es lacónico y desnudo en cuanto a adjetivos, basta leer los pasajes para entender porque formaban parte de la también conocida: “generación perdida”. Cada capítulo o episodio se sostiene en un hilo de tensión dramática que encuentra en la acción a su principal canal emotivo. No es necesario reparar en la introspección ni en la emotividad de los personajes cuando se retrata un mundo donde todo parece estar perdido. Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques no es lo mejor de Burroughs y Kerouac. De manera separada cada uno escribiría títulos superiores, pues esta narración es reiterativa y poco contundente. Seguro que los cientos de seguidores de los beats dirán que es una pieza esencial para conocer a uno de los movimientos culturales más interesantes de mediados del siglo XX, pero lo cierto es que, al menos para quien esto escribe, la novela está sobrevalorada.