viernes, 14 de septiembre de 2007

A quien corresponda dos puntos y aparte, va una entrevista con el maestro Sabina


La canción la escribes para corregir la vida


Alguna vez, Joaquín Sabina juró que se retiraría de la música el día en que diera tres conciertos malos de manera consecutiva. Hace bastante tiempo llegó esa fecha y el flaco compositor español no pudo tirar la toalla. Ahora, con veinticinco años de carrera y más del doble de edad, el autor de “¿Quién me ha robado el mes de abril?” sólo piensa en escribir y quizá algún día encontrar a la escurridiza musa que le de el don para hacer la canción más hermosa del mundo. Tequila en mano -¿podía ser de otro modo?-, Sabina reconoce que su vida ha cambiado. De ese proceso de casi resurrección surge Alivio de luto, su disco más reciente. Atrás quedaron las maratónicas jornadas en los bares, hoy es tiempo de estar en casa y dejarse llevar por la pluma –en los últimos años ha publicado un par de libros de poemas. No obstante sigue inquieto, no para de escribir, su mano disimula el cansancio. El tiempo se estaciona en sus gestos y si acaso se muestra en una voz cada vez más arrastrada.

Cuando piensa en su infancia ¿qué es lo primero que le viene a la cabeza?
Ganas de huir, de ser mayor, de ser adulto y qué nadie me haga llorar. No soy de esos que dicen que la infancia es la patria del poeta. Siempre quise ser mayor. En la infancia no tienes ninguna posibilidad de decidir nada, ni de ser libre. Todo mundo te da órdenes. No tengo nostalgia por esa etapa, quizá porque entre tantas desgracias de la vida tuve la inmensa suerte de hacer más o menos lo que he querido.

¿Se considera un hombre afortunado?
En ese terreno sí. Todas las mañanas me arrodillo y me doy de cabezazos contra la pared agradeciendo a los dioses paganos haberme permitido ser un impresentable que hizo siempre lo que quiso.

¿En qué terrenos se considera desafortunado?
En el terreno que comparto con todos los seres humanos: el desencanto y las desgracias de la vida, envejecer, perder amores, que todo cambie y muera la gente cercana.

No sé que pensar con un título disco llamado Alivio de luto ¿cómo se lleva con la muerte?
De la pelona no quiero saber nada. No es miedo, ¡es pánico! No soy de esos budistas que dicen: “la muerte hay que aceptarla” ¡¿Por qué hay que aceptarla?! Mi epitafio será: “Yo no quería”. Moriré pataleando.

En la portada de su disco Dímelo en la calle se le veía, al borde del nocaut ¿se llegó a sentir así?
¡Se me ve apunto de ganar el combate! Eso no es más que una broma visual conmigo y mis cómplices, debido al morbo que hubo respecto a mi enfermedad. Cierto que sufrí un sustito, mucho más leve de lo que se dijo pero suficiente para asustarme. Lo que quería decir es que pese a todo sigo con ganas de vivir, pelear y subirme al escenario.

¿Cómo se ha sentido dentro de la vida sobria?
Bueno relativamente, digamos que dejé de usar la nariz para nada que no fuera respirar. Esto trajo muchas cosas consigo, con coca uno puede estar una semana sin dormir y viviendo en los bares, cosas que yo hacía. Ahora ya no, pero sí me tomo mi tequilita como puedes ver. Estuve ocho meses sin fumar, por el momento regresé al tabaco pero pienso dejarlo de nuevo. Es verdad que me he metido más en casa y que levanté el pie del acelerador pero tampoco tanto.

En su biografía Perdón por la tristeza, es descrito como un hombre ya casi sedentario ¿es así?
Al final, justo antes que me pasará lo que me pasó, ya había decido que los bares estaban muy bien, pero que ahí se perdía mucho tiempo, con borrachines muy graciosos que no conducen a ningún sitio. Así que el disco 19 días y 500 noches que es lo último de lo que habla el libro de Javier Menéndez sí lo hice encerrado. Mi casa siempre esta abierta, salgo a caminar de vez en cuando pero no puedo negar que paso más tiempo en casa.

¿Qué es lo que más trabajo le ha costado aprender a lo largo de su vida?
Convivir conmigo mismo sin urgencia, es decir sin vértigo. Ver la vida de un modo más sosegado y tranquilo. Me esta costando trabajo aprender eso. Soy culo inquieto de mal asiento. No puedo estar sin hacer nada. No disfruto el ocio. No sé estar de vacaciones. Esta es una brea feroz que no se si ganaré.

¿Hay algo de lo que se arrepienta?
No, de nada. Aprendí de Chavela Vargas que uno debe disfrutar de cada copa que se tomó y de cada raya que se metió. No hay que pedir perdón por nada, si siento algo por todo eso es agradecimiento por habérmela pasado tan bien. No soy un recién converso. No haré un anuncio contra las drogas. Quizá de lo único que me arrepiento es de no haber escrito más canciones.

Ha grabado canciones de Serrat y en su nuevo disco grabó una adaptación de un tema de Leonard Cohen ¿a cuál de los dos se siente más cercano?
¿Por qué no a los dos? A Cohen lo escucho casi a diario. No escucho mucha música pero cuando pongo un disco siempre pongo a Cohen. Y Serrat es mi amigo y maestro. Cohen me enseñó el absoluto rigor en el uso de las palabras y esa monotonía hipnótica que tienen sus melodías maravillosas. Serrat nos enseñó a todos el modo de hacer un oficio que estaba muy degradado con una dignidad que ya le dura treinta años.

¿Y entre Rafael Alberti y César Vallejo con quién siente más proximidad?
Otra vez me pones ejemplos difíciles. A Vallejo lo llevo en mi corazón de un modo que no te puedes imaginar, creo que me lo se entero de memoria. Con Alberti conviví, tuve tiempo de ser su amigo. Canté y recité con él. Me siento muy cercano a los dos. Como poeta a riesgo de traicionar a Rafael casi más con Vallejo. De César Vallejo más cercano que de nadie.

¿Cuál es el mandamiento que le cuesta más trabajo cumplir?
“Tenga usted paciencia”, carezco de esa virtud. “Resígnese usted” es otro mandamiento con el que no puedo.

¿Le ha descubierto el Punto G a la vida?
Ahí andamos. La verdad es que últimamente no se lo encuentro mucho pero no me resigno. Actualmente paso una época de readaptación a costumbres nuevas, tiempos y habitats distintos. Trato de encontrar nuevas pasiones, nuevas hogueras donde arder sin quemarme... no es fácil.

¿Lo siguen volviendo loco las medias negras?
¡Sí claro! Pero ya no ejerzo. Estoy completamente retirado.

¿Porqué?
Mmmm... eso quisiera yo saber.

De sus canciones, ¿cuál cree que es la que mejor retrata alguna anécdota biográfica?
Las canciones no mejoran ni empeoran la vida. En realidad, sí la mejoran, Es decir, las canciones sirven para consolarse del desconsuelo de la vida. Sirven para pelear contra la melancolía o bien para bañarte en ella hasta el llanto. Sirven para consolar el triste empezando por quien las escribe. Si estas en tu noche de bodas con la chica de tus sueños, no te pones a escribir una canción, ¡qué carajo! La escribes si la chica de tus sueños te deja por el hombre de sus sueños. La canción la escribes para corregir la vida.

¿Cuál de sus canciones le hubiera gustado vivir?
Difícil...“La Magdalena”, pero la viví, las viví.

¿Extraña el anonimato?
Todos los días. Incluso en los últimos años he desarrollado una especie de fobia al reconocimiento barato. A aquellos que no te tratan como un cantante o un escritor sino como alguien famoso. Eso es insoportable puesto que hay ese estallido de famoserío de usar y tirar que manejan las televisoras. Los chavales ya no te preguntan ¿cómo se escribe una canción?, sino ¿qué tengo que hacer para ser famoso? He desarrollado una fobia histérica contra eso, y se que a veces no soy el tipo más civilizado del mundo para responder cuando voy por la calle y me reconocen.

¿Cómo tomó el hecho de empezar a vender millones de discos y ser número uno en las listas?
Siempre están los primeros cinco minutos, en los que crees que la tienes más larga que los demás, pero eso dura nada. Luego duelen las muelas, o te deja tu mujer, o tienes un día jodido, o no te sale la canción más hermosa del mundo. La gente que tiene vocación de famoso no tiene vocación de artista. El artista es otra cosa.

¿Siempre se trata de escribir la canción más hermosa del mundo?
Sí, siempre y afortunadamente uno nunca la escribe porque si así fuera dirías: “ahí queda eso y ya no hago más”, como Juan Rulfo.

Se que pinta ¿cómo le va en este arte?
Muy mal porque pinto con el culo. Pinto cuadros y se los regalo a mis amigos. Siempre hay alguien que llama de una asociación de no se qué o para no se cuál causa, entonces les doy un cuadro para que lo vendan, para mi sorpresa se venden muy bien. Pinto con muchísima ilusión pero muy mal.

Alguna vez usted puso una bomba molotov en un banco, ¿cuándo fue la última vez que tuvo ganas de volverlo a hacer y contra quien?
Hace muy poco y contra Bush. Lo haría en cualquier momento y sin que me temblara el corazón.

¿Cómo sabe cuando da un mal concierto?
Lo se muy bien. Cuando doy un buen concierto, que no siempre coincide con la reacción del público, a la salida espero a los músicos y nos abrazamos y lloramos. Cuando es regular o mal, cada uno se va al hotel y no habla con nadie. Me gustan los toros porque a los buenos toreros si tienen un buen toro el público les aplaude pero si lo tienen malo el público les pita. En los conciertos no es así, si tienes una año de éxito te aplauden lo hagas bien o mal.

Decir que vive en la calle melancolía, se ha vuelto un buen cliché ¿no?
No, ahí vivo. Nadie me mudará, ni quiero que me muden. La melancolía es un buen jardín donde nacen los mejores poemas, las mejores canciones y las mejores amistades.

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