viernes, 28 de diciembre de 2007

ENTREVISTA CON VICENTICO

“El rock puede ser tan reaccionario como cualquier político”: Vicentico

Héctor González

Las luces se apagan y en el escenario aparece un hombre de aspecto desaliñado, su nombre es Gabriel Fernández Capello, pero todo mundo le dice Vicentico. Hace siete años todavía llenaba estadios al lado de su banda Los Fabulosos Cadillacs, hoy sigue tocando pero digamos que lo hace en foros más pequeños, como el Salón Vive Cuervo, donde se presentó hace unos días. El artista argentino es de esos músicos que apenas toman la guitarra se transforman. Durante la plática es tranquilo, mesurado para hablar, incluso no faltará quien diga apático, sin embargo en acción es inmenso, retador –pide silencio, cuando los aplausos no cesan-, bailador y potente. Sus seguidores son jóvenes fieles que celebran cada acorde. Y es que si algún mérito ha tenido Vicentico, es precisamente construir una carrera como solista lo suficientemente sólida para poderse desplegar por otros ritmos, sin problema alguno. Prueba de ello es Los pájaros, su tercera entrega donde muestra una elaborada mezcla de ritmos y sonidos.

¿Tres discos como solista, cómo afronta el proceso de hechura?
Bien, fue muy cómodo. Hacer discos es algo lindo. Uno tiene que ser muy tonto para sentirse mal haciéndolos. Si lo haces es porque quieres celebrar un momento de creatividad, profundidad y alegría. Al momento de componer uno se desdobla. Cada canción es independiente, tiene su propia vida. Pero a la vez, las veo como parte de un disco. Algunas quedan fuera por esa idea de que el disco debe ser redondo. Para mi un disco tiene que ser una cosa completa de principio a fin, pero a la vez cada canción tiene que ser un mundo.

Temas recurrentes son la calle, el barrio, ¿hay una visión nostálgica hacia eso?
No, es una visión del presente. La verdad es que también es algo inevitable. No es algo demasiado pensado adrede. Una cosa es la música, la melodía y lo que se me pueda ocurrir a nivel musical y otra cosa es la palabra. Y en mi caso, la palabra tiene que ver con el presente total y con lo que se acerca, con lo que me ayuda, preocupe y me hace tomar conciencia.

Pero ahora como solista lo hace de una manera más particular, con el grupo eran canciones más sociales…
Sí, lo que pasa es que en los Cadillacs yo no era el único que escribía. Flavio y Sergio también lo hacían. Tal vez por eso había una impronta más social y que tenía que ver con algo que escribía Flavio. Ahora bien, yo lo contaba con mucho placer y no me era ajeno, pero mi modo de escribir es más cerrado, pensando hacia adentro y a algo más cercano. Lo mío es un poco más pequeño, veo más cerca.

¿En verdad tiene la cercanía con el barrio, que maneja en las canciones o incluso en sus videos?
Sí. Salgo a diario con mis amigos a jugar futbol… además soy muy bueno.

Otro tema, es la felicidad, incluso tiene una canción donde reflexiona sobre cómo pasa ante nosotros sin que nos demos cuenta…
“Felicidad” habla sobre la imposibilidad. No sé si me ha pasado, pero a veces uno piensa en ella y parece una tontería, pero en realidad es todo. Es la gran hazaña de las personas. Lograr ser feliz puede ser estar vivo o tener hijos. A veces es muy difícil encontrarnos con eso y agarrarlo. La canción habla sobre eso, de alguien que no puede, que la vio y no se atrevió, tal vez por miedo.

¿El miedo nos impide ser felices?
Sí, en principio la felicidad da miedo. La verdad es que la canción es muy simple, me pasa que a veces soy más inteligente pensando que escribiendo canciones. Creo que si me pongo demasiado profundo no voy a ser entendido. Pero me parece que el miedo a la felicidad es lo primero, en realidad el miedo esconde otra cosa, no sé muy bien que puede ser pero es algo que viene con el ser humano, por lo menos con el ser humano occidental.

De ahí la insatisfacción, uno de los distintivos de nuestra época es esto…
Exacto. Hay gente que ha logrado sacudirse de encima esa insatisfacción y sufrimiento. Esa es la pelea que hay que dar. Nada nos asegura que la izquierda o la derecha nos vayan a hacer felices. Borrar el sufrimiento y estar bien es otra cosa, requiere trabajar para dentro, entenderse y saber lo que eres. Aceptar que uno es un animal bruto dominado por su cabeza y que hay otras cosas.

En ese sentido, ¿cómo es usted?
Estoy en medio del camino. Si logramos hablar de esto, quiere decir que dimos un paso y nos sacamos de encima por lo menos la ignorancia. Ahora lo que nos falta es tomar las riendas y dejar lo que no necesitamos. Todavía no soy una persona que pueda decir estoy liberado de todo y soy un tipo feliz. Tengo aún mis oscuridades, pero bueno estamos en plena batalla.

En su disco anterior viene otra canción que empieza “Soy feliz en barrio”…
Esa canción es una declaración de principios, mis pequeños y tontos principios.

En sus tres discos se ha abierto más a géneros más allá del rock, como el bolero, cumbia o música brasileña. ¿Pesa la etiqueta de rock al momento de buscar en otros ritmos?
No, hay tantas etiquetas y ninguna pesa porque no me las tomo en serio. Lo que pesa es hacer cosas si uno no tiene ganas o al revés. Si quieres hacer una cosa, pero no te atreves porque eres artista de rock entonces sí pesa. En eso soy muy tajante. Hago lo que me apetece aunque luego me critiquen. Si quiero cantar bolero, lo canto.

En este disco hay ritmos brasileños, rancheros…
La verdad es que esto lo decido en función de lo que le sirve a la canción. No sé explicarlo, se da de manera natural. Hago la canción y ya viene con su ritmo. “El fantasma” llegó con ese modo de corrido, tal vez porque imaginé una casa en un barrio mexicano con fantasmas adentro. Me gusta escuchar música y estar pendiente de todo. Pero el momento de la composición depende de muchas cosas, a veces tengo la música y después la letra, o viceversa. Hay ocasiones que puedo tardar seis días en encontrar una palabra y otras, en las que puedo tener la canción en diez minutos.

Usted produjo este disco, sin embargo ha dicho que no lo volverá a hacer, ¿por qué?
Es muy cansado, hay que estar muy atento a todo. Además si yo fuera crítico de mis discos, lo que podría decir de los Pájaros, es que tiene mucha personalidad, pero que en cierto modo está un poco duro y tiene algunos tics míos como cantante. Quiero decir, que producir mi propia voz me hizo estar demasiado ordenado y cuidar el detalle. Arreglé demasiado, volví a cantar cosas que ya estaban bien, pensando que las podía mejorar. Esto hace que exista una sobreproducción que a veces no es tan buena.

Colabora con Calamaro…
Andrés es amigo mío desde hace muchos años. Es muy natural que si estoy grabando un disco, él pase de visita y grabé algo.

Además están en la misma sintonía…
Sí, Andrés desde hace mucho es un artista. Esta en esa búsqueda que va más allá de la tontería del rock o del pop. Es lindo encontrarse con gente como él. A veces tiene aciertos, otras no tanto, pero la búsqueda es honesta. Hay que jugar y no atarse, a veces el rock termina siendo tan reaccionario como cualquier político. Es uno horror decir que el rock debe ser de tal o cual manera.

Otro artista que le gusta es Neil Young…
Me encanta, es mi cantante favorito. Siempre ha estado loco, el Harvest es un disco maravilloso, lleno de canciones hermosas.

Y en el otro polo, tenemos que le gusta Christian Castro…
Mucho, me parece un genio. A todos les causa gracia y me da pena por él, porque parece que yo estuviera haciéndome el gracioso o jugando una broma. Pero en verdad me gusta como canta, tiene canciones buenísimas. Es oscuro, se le nota que esconde una personalidad muy extraña. Hay otros artistas de su estilo a los que se le ven los hilos, a Christian no se le ven, no se sabe en que anda. Es un tipo raro y eso me parece atractivo, a parte tiene una voz cristalina y pura. Me parece un gran cantante y aunque haga una canción horrible, encuentro siempre una cualidad interesante.

¿Le gustaría cantar con él?
Sí, pero me da miedo, porque canta muy bien. Lo admiro demasiado.

Ya lo hizo Soda Stereo ¿qué les falta a los Cadillacs para reunirse?
Hemos hablado del tema y coincidimos en que si nos reunimos lo tenemos que hacer con un disco por delante, pero no sólo eso, el disco tendría que ser mejor a todos los que hemos hecho. Sin embargo, todavía no ha llegado ese momento. No queremos que la gente piense que si nos reunimos lo hacemos por plata. Por lo demás me alegro que otros grupos se junten, es bueno que los amigos se reencuentren.
ENTREVISTA CON ARNALDO ANTUNES

“La música es el más fuerte quiebra fronteras”


La música brasileña de finales de siglo XX y principios del XXI, necesariamente pasa por la figura de Arnaldo Antunes. ¿Compositor, poeta, artista gráfico, por dónde presentar a esta rara avis del arte carioca? Quizá lo mejor sea iniciar comentando que recién apareció Ao vivo no estúdio, dvd que resume sus primeros veinticinco años como letrista e intérprete. “Este material cubre una parte de mi carrera, hay cosas de los veinticinco años de carrera. Están los Tribalistas y varios amigos invitados”. Oriundo de la región de Sau Paulo, Antunes creció bajo la influencia de la poesía, la música de Caetano Veloso y Gilberto Gil. Sus estudios en letras reafirmaron su condición lírica. En la calle, aprendió el ritmo de la vida y algún que otro drible futbolero, “El fútbol y la música son cosas próximas, en lo personal jugué cuando era más chico, ahora he perdido la costumbre, pero me gusta asistir a los partidos. Soy torcedor del Santos y cada vez que puedo asisto a los partidos”, recuerda el artista en entrevista exclusiva.
El tiempo hizo lo suyo, y el balón desapareció por la banda. Las manifestaciones gráficas aparecieron como un nuevo canal de expresión. “Nunca me he sentido especializado en algo. En mi caso, he sentido como natural el tránsito por diferentes lenguajes. Creo que es una herencia de la modernidad. La tecnología, propicia cada vez más la confluencia entre distintos códigos. A través de internet puede recibir información de video, música, texto y fotografía. Es una realidad de mi tiempo. Sin embargo, si puedo decir que todo lo que hago, pasa por la palabra. En una canción a través de sus aspectos melódicos y ritmos; con los libros, por medio de su materialidad gráfica; y asociada con elementos visuales cuando se trata de una caligrafía o una instalación. Mi trabajo parte de la palabra, es como el puerto del que salgo hacia otros lenguajes”.
Hagamos historia, con apenas quince años, Arnaldo Antunes empezó a publicar sus primeros textos. Estamos hablando de 1975, en Brasil la resonancia de gente como Chico Buarque o Caetano Veloso era cada vez mayor, ante la necesidad de demostrar que el país es más que Bossanova. Para finales de esa década, el rock se convirtió en su principal vehículo. Primero con Panorámica y luego con Titas do lele. “Siempre he intentado mantener la misma actitud. He procurado sostener mi nivel de intensidad, me cuesta trabajo pensar en cuál ha sido una fase más intensa. Lo cierto es que cada canción genera una emoción diferente y eso es difícil de medir. El rock es algo más primario, en cambio hay canciones más líricas o amorosas, incluso dulces, pero sin perder la acidez que la escuela del rock me dio. He hecho cosas más constructivistas, que tienen su origen en un juego con el lenguaje. Eso crea situaciones emocionales diferentes. Me gusta cambiar y pasear entre esa diversidad”.
A salto de mata entre la música, la literatura y el arte plástico, Arnaldo Antunes ha construido una trayectoria que ubica en 1993 un punto de quiebre, es entonces cuando aparece Nome, proyecto interdisciplinario que lo coloca como uno de los artistas más versátiles y ambiciosos de su país. Sin embargo, pese a que su carrera como escritor arroja más de una docena de títulos publicados, es en la música donde ha encontrado la vitrina hacia el mundo, “La música es el más fuerte quiebra fronteras que hay, porque emociona, mueve el cuerpo, pulsa el corazón y la piel se retrae. Independientemente de la lengua en que cantes, una buena canción causa una emoción que parte de lo físico. Es una manera de hermanar a las personas y ayudar a una convivencia más generosa”.
En este campo, su discografía se conforma por nueve discos de solista y varias colaboraciones, tal vez la más reconocida a nivel internacional es el proyecto Tribalistas al lado del Carlinhos Brown y Marisa Monte, con ellos obtuvo el Grammy en 2002. Sobre la posibilidad de lanzar un segundo disco con este super grupo reconoce: “Continuamos trabajando y siempre nos encontramos para componer canciones. Gran parte de esa producción aparece en los discos de Carlinhos, Marisa y en los míos, pero por el momento no hay la idea de grabar otro disco”.
Con cuarenta y siete años a cuestas, Antunes habla y su voz siempre grave, envuelve el espacio. Mantiene la curiosidad y mira cuanto puede, sus manos van acorde con la dimensión de su figura. Consciente de su tiempo, ha encontrado en el internet una herramienta no sólo creativa, sino también artística. Viene a la memoria de este reportero la letra de “Disneylandia”, una canción compuesta por Antunes a finales de los noventa y quizá una de las piezas que mejor resume el fenómeno de la globalización. “Filho de imigrantes russos casado na Argentina com uma pintora judia, casou-se pela segunda vez com uma princesa africana no México/ Música hindú contrabandiada por ciganos poloneses faz sucesso no interior da Bolivia. /Zebras africanas e cangurus australianos no zoológico de Londres./ Múmias egípcias e artefatos íncas no museu de Nova York”, reza la letra. “Vivimos una época donde es fácil acceder a la información. Pero, para encontrarla hay que buscar primero, de lo contrario sólo nos quedamos en la superficie de las cosas. Y parte de ese incentivo para intercambiar las cosas proviene de los medios como la radio, la televisión y prensa, ustedes son actualmente cumplen con el papel de llamar la atención para algunas cuestiones culturales que quien este interesado puede indagar más en internet”, explica.
Explorador nato, el artista paulista gusta del ir a la caza de nuevas propuestas, como ejemplo, su disco Cualquiera realizado en 2006 y donde evade las percusiones, “No me concibo sin experimentar. El disco que mencionas apareció este año y lo grabamos en tres días. Hice a un lado las percusiones porque intente evidenciar más las canciones y hacer una interpretación más serena e intimista, usando los graves naturales de mi voz. Sin imponer mucho volumen, ni rasgar el timbre vocal. Quise cantar saboreando más las palabras, entonces para conseguir ese efecto armé una formación instrumental apoyada en cuerdas, guitarras, mandolinas, ukulele y piano acústico”.
El pasado aparece una vez más y nos remontamos a “Música para Ouvir”, del disco Un som, donde el músico hace conciencia de la presencia de la música en la vida cotidiana: “Ahí lo que hice fue enumerar todas las situaciones que conviven con música, finalmente creo que está presente en todas las relaciones humanas, ¿cuándo entendí esto?, no lo sé. Incluso cuando queremos silencio la música está presente. Es curioso ver como la música nos acompaña. Me llama la atención su aspecto colectivista, no obstante cada vez las personas escuchan cada vez más ipods y audífonos, es decir se está volviendo que se practica cada vez más en solitario”.
La recompensa de escuchar a Arnaldo Antunes requiere esfuerzo. En nuestro país, su obra aún no ha adquirido el reconocimiento debido, no obstante que este año visitó el D.F. para los ciclos de Poesía en Voz Alta, organizados por la Casa del Lago y también la Feria Internacional del Libro. Al músico le entusiasma venir para hacer presentaciones masivas, pero por ahora sólo nos conformamos con la entrevista. “No sé si un arte es remanso ante la exigencia de las otras. A veces quedo muy ensimismado después de grabar un disco y escribir me ayuda. Hay otras ocasiones, en las que después de hacer una serie de conciertos me viene un poema o una obra gráfica. Es curioso, nunca me lo había planteado, pero creo que el único momento en que no compiten una con la otra, es cuando no estoy envuelto en algún proyecto en concreto. Algo que sí te puedo decir es que mis preocupaciones creativas son las mismas para cualquier disciplina: la claridad, la emoción, decir el máximo con lo mínimo. ¿Cómo ejercer eso en cada obra? Ese es el reto. Mi método es trabajar cuerpo a cuerpo con el lenguaje y pensar y repensar los caminos antes de decantarme y encontrar la luz al final del túnel”.

viernes, 23 de noviembre de 2007

maestro

Cormac McCarthy. La carretera. Mondadori. Traducción: Luis Murillo Fort. 210 pp.

A mediados de año Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933), dejó boquiabiertos a los críticos estadunidenses cuando aceptó ser entrevistado por Oprha Winfrey –su equivalente región cuatro podría ser Cristina Saralegui-, después de que la conductora pusiera su nueva novela La carretera, en su libro club. Según el conteo oficial esta fue apenas la tercera entrevista del escritor en su vida. Hace unos años el narrador estadunidense Jonathan Franzen, movió cielo y tierra, para que Winfrey sacara una de sus novelas de su club literario, argumentando que eso le quitaría lectores masculinos. Poses más, poses menos, McCarthy apareció en el programa más visto de la televisión y gringa y desde ahí habló de su obra más reciente, que por si fuera poco también presume de haber ganado el Premio Pulitzer de Novela 2007.
Dentro de un Estados Unidos derruido, un padre y su hijo viajan en busca de víveres, el triunfo será sobrevivir un día más. Sus pertenencias se reducen a unas cuantas cobijas y un carrito de supermercado. La travesía implica hurgar en casas desabitadas, para encontrar latas o botellas de agua, pero también escapar de ladrones o grupos que han optado por abastecerse de alimento mediante la antropofagia. El lenguaje de McCarthy es lacónico, profundo pero sin revestimientos dramáticos exagerados. Ante una prosa de este tipo, según Harold Bloom, comparable con el mejor Faulkner, no hay carga moral que valga. Sus diálogos tipo Beckett, tienen la contundencia suficiente para desnudar a los personajes:
“Nos vamos a morir
Algún día. Pero no ahora
Y todavía vamos hacia el sur.
Sí.
Para no pasar frío.
Así es.
Vale.
¿Vale qué?
Nada. Solo vale.
Duérmete.
Vale.”
Cualquier adjetivo sobra. Cormac McCarthy revisa la condición humana con rayos X. Sabedor de que su papel no es juzgar, sino apenas cuestionar y en el mejor de los casos exhibir, no hace parábolas sobre qué fue lo que pasó en su país, para como están las cosas podría haber sucedido cualquier cosa. ¿De qué sirve preguntarse cuando ya todo se perdió? Pero ahora en el escritor no todo es dureza. La novela está dedicada a John Francis McCarthy su hijo de ocho años, “el libro nació en un viaje a El Paso, Texas con mi hijo. Vi la imagen de unos fuegos en las montañas y todo lo demás destruido. Y comencé a pensar en mi niño”, dijo el escritor a Winfrey. En La carretera, la preocupación es evidente, “La oscuridad llegaba de nuevo y hacía mucho frío y volteó y fue a donde había dejado al chico y se arrodilló y lo rodeó con sus brazos y lo sostuvo”, narra el padre. Cormac McCarthy probablemente ha escrito su novela más apocalíptica, pero también una de las más bellas. El nivel al que lleva la relación padre-hijo estremece. No importa que el mundo se venga a bajo, siempre que existan este tipo de historias podremos decir, que no todo está perdido.

hay que leerlo

Edgar Omar Avilés. La noche es luz de un sol negro. Ficticia. 165 pp.

Hablar de escritores “jóvenes”, implica abrir una gama de interpretaciones. Para algunos, Jorge Volpi a sus treinta y nueve años, es todavía un autor joven; en tanto que otros ubican en esta categoría a los adolescentes que aún estudian y que sin rebasar los treinta empiezan a publicar. ¿Un hombre o mujer que publica su primer libro a sus cuarenta y cuatro primaveras es un autor joven? ¿Cuál es la frontera que divide al rango? No lo sé y no pienso entrar en esa discusión. Es más en el caso de Edgar Omar Avilés (Morelia, 1980), no hay tal controversia. A sus veintisiete años el narrador michoacano presenta su primer volumen de relatos, con algunos de ellos ha obtenido ya varios premios y becas. Cercano al género fantástico, el autor construye universos donde nada es lo que parece y el factor sorpresa es una constante. Cierto es que Avilés a veces recuerda a Bioy o a Borges, sin embargo, en cada relato existe una profunda indagación por encontrar una voz que luce en sus mejores momentos cuando reviste sus historias con una amargura barnizada por humor negro. “Cada noche se hasta donde me arrastrará el día venidero. Intento burlar una y otra vez, no lo consigo. Si esta escrito que perderé las llaves del departamento, estas, sin importar cuál se mi voluntad, se perderán”, cuenta en “La Burla”, el joven que ve como su vida está inscrita en un libro de autor anónimo. Para Avilés nada es fortuito, empezando por la estructura del volumen. La primera parte lleva por nombre Cuatro son las puertas, aquí los personajes parten de insatisfacción que los confronta con proyecciones desbordadas de ellos mismos. En “Mal de ojo”, el protagonista pide como deseo a una botella de cerveza –les puedo asegurar que esta es una práctica más común de lo que parece- que una parte de su cuerpo se rebele. Su petición se convierte en realidad y uno de sus ojos toma carretera para llevar una vida independiente. Un caso más extremo, “El extraño caso de Martha”, cuento donde una adolescente preñada por un pepino – imagine el tipo de bebé-. Dramático por si mismo es “Vida extra”, donde Pahko se juega la posibilidad de una segunda oportunidad para rehacer su miserable vida.
En el mismo tono, pero quizá más experimental en la forma es la segunda parte Insecto y alfiler. Edgar Omar Avilés lleva la concreción hasta los niveles de la minificción, con, en general, resultados favorables. Prueba de ello es “Acto final”: “Tras secarse el sudor con un pañuelo, la concurrencia presenció cómo se ahogaba, impedido para respirar. Fue así como se supo que no era un charlatán: el mago por descuido se había borrado la cara”. En su conjunto La noche es luz de un sol negro, es un compendio de historias donde predominan las realidades paralelas. En tanto que Edgar Omar Avilés es un auténtico autor joven, que más que prometedor, ya es una realidad.

la nueva de rivera garza

Cristina Rivera Garza. La muerte me da. Tusquets. 354 pp.

Advertencia. Quien busque una novela lineal y convencional, tendrá que abstenerse del nuevo libro de Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964). Si algo ha distinguido la obra de la escritora, es su capacidad de movimiento y experimentación. Una narración en distintos planos, así como una estructura fragmentaria, son ya, firma de la casa. Anteponer la estética a la historia, es un trabajo difícil. La mayoría de quienes apuestan por ello no pasan de ser desangelados preciosistas incapaces de conmover, incluso al lector más blando. Con Rivera Garza no es así.
Estamos ante un asesino serial. Cuatro son sus víctimas, todas hombres y todas terminan castradas. De casualidad, el personaje Cristina Rivera Garza se topa con uno de los cadáveres e informa a la policía. El caso es tomado por una detective y seguido por una periodista de nota roja. Las únicas pistas son los versos de Alejandra Pizarnik, que el victimario deja cerca de los cuerpos. En primera instancia, la narración retoma las atmósferas del thriller. Las piezas se mueven y en distintos momentos cualquiera puede ser culpable. La investigación abre un abanico de interpretaciones que consiguen hacer del lector un testigo confundido. Mas, Rivera Garza no se queda en ese terreno y hace de La muerte me da, un mosaico casi plástico, capaz de tomar distintas caras. Por un lado la reflexión sobre la violencia; pero en otro sendero se presenta un estudio sobre la literatura de Pizarnik, incluso aparece integrado el ensayo El anhelo de la prosa, escrito por la propia Rivera Garza y que gira alrededor del esfuerzo literario de la poeta argentina. Una vuelta de tuerca más, es el poemario La muerte me da, escrito por la detective de nota roja. Para este punto, el lector ya es parte de este juego metaliterario que exige concentración y por lo tanto complicidad. “El escritor: un forense que anota lo que sale de adentro./ El lector: el ministerio público que testifica los hechos./ (Una historia de amor)./ El olor a sangre sobre todo eso.”, escribe.
Reitero, lejos del estilismo vacío, Rivera Garza se sirve de la estructura para mantener la tensión y fortalecer a los personajes. Quizá ella y Mario Bellatin, sean los autores más pujantes y talentosos de su generación, en lo que ha experimentación literaria se refiere. Con La muerte me da, la escritora consigue una novela ambiciosa, tal vez demasiado ambiciosa por todo lo que encierra, no obstante es también uno de sus libros más consistentes.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

springsteen en vivo y todo calor

El Jefe está de regreso


A un día de Halloween, Los Ángeles alista su disfraz. Un sinnúmero de tiendas prometen la máscara de tu vida. Los trajes más demandados son los de Freddy Krugger y el de ahora su antagónico Jason, ambos protagonistas de las peores pesadillas estadunidenses, y también de una de las peores cintas que el cine de horror haya visto Freddy vs. Jason. Al este de la ciudad, el lado latino, ahí todavía hay espacio para algunas ofrendas, una calabaza con cuerpo de calavera de Posada, lo que antes era sincretismo ahora es globalización.
En la capital mundial de la ficción, Hollywood dix it, los incendios que hace unos días ocupaban las ocho columnas y grandes espacios en los noticieros, parecen corresponder a una película antigua. En las marquesinas, los Medias Rojas de Boston, campeones del béisbol, tienen lugar privilegiado. A su alrededor y entre una infinidad de notas que van desde la visita de Paris Hilton a Moscú, o la nueva de Hilary Clinton, hay espacio para anunciar el concierto de Bruce Springsteen en el Sports Arena. Magic es el nombre del nuevo cd, con que el artista ha vuelto a las andadas, tal vez su grabación más nostálgica en años, después de su tránsito por la militancia política, -en 2004 junto con artistas como Pearl Jam, Rem, Neil Young y John Fogerty realizó el Vote for change tour, para promover el voto por el demócrata John Kerry- y de su experimentación con canciones Pete Seeger, venerado cantante de protesta, en lo que los críticos bautizaron como folk and roll.
Cerca de las siete de la noche, los alrededores del estadio están infestados de autos, como buen mexicano pienso: “tráfico el del defe, con que poca agua se ahogan los gringos”. Boleto en mano, un negro de casi dos metros me pide que se lo venda, para que él a su vez lo venda una pareja. En taquilla, un fosforescente letrero de sold out confirma lo que ya se sabía. Quien quiera una entrada, tendrá que pagar por lo menos trescientos dólares a los revendedores. Por obvias razones en la tierra del consumo, la reventa es un negocio tan legal y honorable como cualquiera. A un costado de la entrada, tres limusinas se estacionan. Unos cuantos curiosos nos acercamos para ver bajar a alguna celebridad, que nos haga decir: “en el concierto también estaba fulanito de tal, él que salió en merengadita”. Pero nada, no baja nadie. Rumbo a la entrada, una revisión de rutina. Si bien en el boleto se lee “No cámaras”, deberían añadir en letra pequeña, al menos, “a la vista”, pues a lo largo de presentación, brotan sin discreción.
Son las ocho treinta, cuando las luces se apagan. Sobre el escenario cuatro encapuchados llevan un ataúd. Un reflector apunta a una mano que se alza del féretro, es Springsteen que acto seguido resucita agarrado de su guitarra. Un cliché, que sólo algunos explotan con tino, para entonces el público ya está de pie. Los primeros acordes de “Radio Nowhere”, revientan al son de un puro y duro rock. El músico es acompañado por la mítica e imponente E Street Band, nueve sujetos de envidiables cualidades.
Sin respiro el artista de New Jersey, hila una, dos, tres canciones, clásicos como “The ties that bind” y piezas nuevas “Livin’ in the future”, son motivos de baile. Un cambio de guitarra y un ademán son la señal para que el baterista Max Weinberg cambie de tema. Gran parte de la leyenda de Springsteen se sostiene en sus actuaciones en directo. El periodista español Diego A. Manrique, lo define así: “Son ceremonias torrenciales, celebraciones del poder social y físico del rock. Una comunión, que sugiere que el hombre de los vaqueros y la guitarra Fender podría ser uno de nosotros: nada que ver con la distancia impuesta por un Bob Dylan, mucho menos con la arrogancia burlona de un Mick Jagger”. En su país, el público de Bruce Springsteen, es adulto, a lo más un padre que lleva a su hijo, pero la gran mayoría rebasan los treinta años. Otra peculiaridad, es que la inmensa mayoría son blancos, apenas unos negros, orientales y todavía menos latinos. Pareciera que aún pesa sobre su espalda el estigma de la malentendida “Born in the USA”, que muchos tomaron como un himno gringo, cuando en realidad es una cruda y ácida canción sobre el país de las barra y las estrellas: “Nací en un pueblo de mala muerte/ la primera patada que recibí fue cuando caí al suelo/ Acabas como un perro al que le han dado demasiados palos/ hasta que pasas media vida cubriéndote”, reza el principio de la canción, que dicho sea de paso, no encuentra lugar esta noche.
Varias fechas anteceden al concierto en L.A. La banda parece llegar en uno de sus mejores momentos. La gente pide fiesta, y el compositor se la da. Histriónico como siempre, gesticula, baila a lo Elvis, interactúa, llegado el momento también pide silencio para que se escuche la armónica, una versión blusera de “Johnny 99” y canta: “Señoría, creo/ que estaría mejor muerto/ Y si se puede quitar la vida a un hombre/ por las ideas que tiene en la cabeza/ entonces ¿por qué no se sienta en esa silla/ y piensa en todo esto, juez, una vez más?/ Deje que me afeiten la cabeza/ y que me ejecuten una vez más”. A estas alturas Springsteen tiene un público más depurado, claudicaron aquellos que no le perdonan su simpatías demócratas. El resto se mantiene fiel a su causa, con ellos le alcanza para vender casi cuatrocientas mil copias de Magic en dos semanas y regresar a los primeros lugares. La primera hora y media de concierto concluye entre sudores y cánticos. Las luces se apagan con la catártica versión de “Banlands”. Los gritos de “Bruuuuce”, obligan a que el músico vuelva escena. Las luces del Sports Arena se encienden en su totalidad. El único encore de la noche dura cerca de una hora. Sin respiro, el artista encadena clásicos “Born to Run” y el hit de los ochenta “Dancing in the Dark”. En la biografía Bruce Springsteen on tour, el periodista Dave Marsh, es puntual cuando advierte que sus seguidores buscan el derroche energético de Springsteen antes que sus trabajos intimistas, lo cual produce sentimientos encontrados en el rockero. Aún así, en esta ocasión sede. Dos horas y media de concierto que concluyen con “American Land”, canción tradicional de mediados del siglo XX, que recuerda como que Estados Unidos es antes que nada un país de inmigrantes. En las tierras gobernadas por Schwarzennegger, Springsteen lanza un mensaje claro y la presentación llega a su fin. Por el cuerpo corre un calor energético que atempera el frío. Por los corredores, conocidos y desconocidos intercambian impresiones. A la salida, las limusinas siguen a la espera de su cliente, algún acaudalado que viaje en estos taxis, eso sí, de lujo

lunes, 8 de octubre de 2007

Héctor González

Juan Villoro. Los culpables. Almadía. 124 pp.

Tengo que confesar una cosa: siempre he preferido al Juan Villoro (ciudad de México, 1956) de la narración corta que larga. Me parece que es donde mejor se mueve y alcanza efectos más contundentes, gracias a sus dotes para narrar sin rodeos y un profundo conocimiento de la palabra. Hecha la advertencia, la lectura de Los culpables, me entusiasma desde el momento en que veo, se trata de un libro de cuentos. Dentro del volumen encontramos algunos relatos nuevos y otros no tanto, como “Amigos mexicanos”, que no es otra cosa más que una segunda versión de “Entre amigos”, un texto aparecido en el periódico español El País, en 2000. Aquí, desarrolla la historia de un guionista con un amigo periodista estadunidense que viaja al país para investigar temas de escándalo político y social. El relato se apoya en la frase, citada por el mismo Villoro, que comentó alguna vez William Burrouhgs a un colega: “No te preocupes: los mexicanos sólo matan a sus amigos”. El mismo texto sirve, también, para resaltar parte del caótico y a veces, surrealista paisaje que se dibuja en la ciudad de México. Amigos que se acuestan con las esposas de sus amigos, pero que al final hacen todo por ayudarlos, secuestros, agentes de policías con casi derecho a todo, etc. Todos elementos de una cotidianidad que encuentra su riqueza, justo en la asimilación inconsciente, pero que para quien ganara el Premio Xavier Villaurrutia en 1999, no deja de convertirse en materia prima. Otro ejemplo es “El silbante”, referido a otro de los temas predilectos de Villoro: el futbol. Un futbolista es reclutado por trillizos, embajadores plenipotenciarios de un cártel de narcotraficantes que acaba de fundar un equipo en Mexicali. Su traspaso incluye un episodio de desamor. Finalmente, la aventura por tierras fronterizas tendrá un toque tragicómico. Menos delirante y sí, más complejo, resulta “Los culpables”, donde un par de hermanos consiguen vender un guión a una empresa multinacional para filmarlo. Previo al acuerdo, el narrador y autor, tuvo romance con la ex de su hermano. La loza de la mentira se hace más pesada con el tiempo, hasta que llega el momento del desquite, mismo que se consuma cuando su hermano se lleva las palmas por la película. Es precisamente, este relato el que da pie para entrar en el tema que es el hilo conductor del libro: la culpa. Juan Villoro incursiona no con poco humor, en un sentimiento que de una u otra manera todos padecemos. Los personajes presentados en cada uno de los siete relatos, no se desmoronan ante el infortunio porque sienten que la desgracia es producto de algo que en el pasado hicieron mal. La carga de ironía, admite la burla y es en este rasgo donde el libro alcanza su mayor acierto.
Otros títulos de Juan Villoro son: La casa pierde y El testigo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Vila-Matas, el explorador

Enrique Vila-Matas. Exploradores del abismo. Anagrama. 287 pp.

Uno de los vicios de quienes hacemos reseña o crítica literaria es clasificar el libro en turno, aun cuando esto implica limitar la obra. Con Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) la tarea se complica. Autor de un proyecto definido por Jorge Herralde como la Catedral de la Metaliteratura –es decir literatura de la literatura-, integrada por Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento, el narrador catalán había profundizado sobre el oficio del escritor, lo cual le costó que sus detractores le criticaran la falta de sangre en su libros. Pero volvamos, al principio, Exploradores del abismo se vende como un libro de cuentos… mmm, ¿será así? No sé, el primero “Café Cubista”, es, al menos eso creo, una especie de ensayo donde el escritor cuenta el giro y el nuevo rumbo de su trabajo. “Estoy seguro de que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año, no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera convertido en otro”, advierte. Y es que en aquel entonces Vila-Matas padeció una insuficiencia renal que, según cuenta, lo tuvo a nueve horas de la muerte. La experiencia lo llevó a buscar una obra más cercana a la vida cotidiana y menos vestida de referencias literarias. Sin embargo, esto último no es del todo cierto. Cada relato lleva en si mismo un guiño, que si bien no es directamente literaturio, sí tiene que ver. En el breve “Otro cuento jasídico”, el punto de partida es Kafka, en “Fuera de aquí” el coqueteo es con la tradición rusa y el epílogo proviene directamente de El peso del mundo de Peter Handke. Un libro de Vila-Matas que no contemple su incursión en universos eminentemente literarios es simple y sencillamente imposible. Pese a ello, algo que sí hay que reconocer es una apuesta por historias más comunes, lo cual no quiere decir menos complejas. En “Así son los autistas” por ejemplo, Luc, un tipo introvertido en extremo se ha ganado un viaje que tal vez lo ponga en la temible tesitura de socializar. “Es que verá usted, señor párroco –añadió bajando la voz-, siempre he pensado que hay muchas formas de llegar y que lo mejor es no partir”, dirá dentro de un diálogo. Otro caso notable es “Materia oscura”, donde una pareja cae en la esa terrible tragedia contemporánea que es quedarse sin teléfono y sentir que la televisión manda señales exclusivas para ellos. La neurosis aumenta pues sienten, con algo de razón, que su vecino es el mismo Dios. Nótese que el sarcasmo y el humor, propios del catalán tampoco ceden. Pero no nos desviemos, estábamos en la cuestión de la clasificación. ¿Qué es “Porque ella no lo pidió”? Aquí Vila-Matas narra la historia de un proyecto que tenía con la artista visual Sophie Calle y que consistía en que el escritor haría una historia, que ella habría de vivir de cabo a rabo. El ejercicio resultó más que atractivo para las inquietudes del ibérico, no obstante que la bella dama se los había propuesto con anterioridad pero con resultados infructuosos a Paul Auster, Jean Echenoz y Ray Loriga, entre otros. A partir de la anécdota, Vila-Matas construye una delirante reflexión sobre la realidad y la ficción. En su conjunto, los personajes que circulan por el libro llevan la marca de quien tiene que explorar entre la vida y sino lo muerte, sí al menos el pasmo. Una vez más perdone la disertación, estábamos en la cuestión de en qué género ubicar el nuevo libro de Vila-Matas. Sólo que hay un inconveniente: se me acabo el espacio.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Desde Monterrey

El músico serbio Goran Bregovic por fin vino a México. Tocó en Monterrey y de qué manera. No hay mucho que decir cuando se tiene enfrente a un artista de ese tamaño. En más de dos horas hizo un recorrido por su trabajo en las películas La reina Margot, Arizona Dreaming, y por su puesto, por Underground y Tiempo de gitanos, estas últimas al lado su compatriota Emir Kusturica. La gente se entregó y brinco ante ritmos poco conocidos en nuestro país. Aún estoy en el colapso, en breve escribiré más al respecto.

martes, 18 de septiembre de 2007

Sigamos con subiendo dos entrevistas, luego habrá tiempo para más


En realidad el público no pide nada: Fernando Trueba

Héctor González

Fernando Trueba pertenece al selecto grupo de grandes directores ibéricos que se han convertido en referentes. Su primera cinta, Ópera prima data de 1980, obtuvo reconocimientos en festivales como el de Venecia y el de Cartagena. A partir de entonces el cineasta no ha dejado de filmar, en casi treinta años ha realizado once largometrajes, entre los que se incluyen la ganadora del Oscar Belle Époque y los documentales ya considerados de culto Calle 54, donde presenta a algunos de los músicos más importantes del jazz latino; y El milagro de Candeal, donde trabaja con el compositor brasileño Carlinhos Brown. Hace unos días el cineasta visitó la ciudad de México para una función especial de Calle 54, que tuvo como fin recaudar dinero para el equipamiento del Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM. La entrevista tiene lugar durante su visita al Centro Cultural de España, desde ahí Trueba habla sobre un arte a la que se ha dedicado en cuerpo y alma, y que tiene un Billy Wilder su principal deidad.

¿Cuál fue la última película que vio en el cine?
JC Chávez de Diego Luna. Me pareció muy buena.

¿Le gusta el box?
Me gustó cuando era joven, ahora no me interesa, pero cuando era un adolescente me despertaba en la madrugada para ver las peleas de Cassius Clay, él fue un ídolo de mi infancia. Ha habido grandes filmes sobre el boxeo.

La película sobre Chávez es un documental, género que usted ha trabajado bastante. ¿Cuál es la diferencia entre afrontar un documental y una obra de ficción?
La ficción te da libertad de invención, pero una vez que has inventado estás amarrado a tu propia invención. En cambio con el documental te atas a la realidad, pero tienes libertad narrativa. En el fondo no son cosas tan distintas. Siempre cuentas las historias usando la realidad, incluso la película más fantástica si no tuviera una serie de conexiones reales nadie la vería.

Sin embargo, el documental sigue sin establecer el contacto masivo con el público…
Sí, pero el documental está viviendo una edad de oro. En los últimos años se han hecho documentales buenísimos, en España se han hecho cosas muy interesantes, de México también me han recomendado varios, incluso en Estados Unidos o en África, obras como Capturando a los Friedmans o Grezzly man de Herzog.

¿Esta edad de oro a la que se refiere tiene que ver con nuevas exigencias del público?
El público no pide nada, sólo quiere que le des algo bueno. La responsabilidad del artista no es hacer lo que quiere el público, sino hacer lo crees que debes hacer. En mi caso nunca pienso en el espectador, creo que eso es una pérdida de tiempo. Lo que yo tengo que hacer es una buena película. Sólo los mercaderes piensan el espectador, se preguntan ¿cómo hago la campaña de promoción para que la gente vaya a ver esta mierda? Supongo que quienes hacen Spider man 3, sí están pensando en el público. Quienes hacen buenas películas, realmente respetan al espectador. Eso de pensar en el espectador es falso, en realidad se piensa en su dinero.

¿Cómo sabe cuando ha hecho una buena película?
No lo sabes. Hay películas que te hacen sentir satisfecho, pero uno no es juez de lo que hace, debe ser auto crítico, pero al mismo tiempo también tienes que salir, experimentar y arriesgarte.

¿Cómo lleva la autocrítica?
La autocrítica hay que hacerla antes de hacer la película y mientras la haces. Una vez que está hecha no sirve de nada. Salvo raras ocasiones, como ahora que presenté en la UNAM Calle 54, nunca veo mis películas.

Usted ha trabajado con músicos, tanto en Calle 54 como en El milagro de Candeal, ¿en qué punto coinciden el lenguaje musical con el cinematográfico?
Ambos tienen una cosa muy fuerte en común: son artes del tiempo. La gente olvida que el cine es tiempo, siempre se dice que es imagen como si fuera pintura o fotografía, pero es mentira, el cine es movimiento y tiempo, por encima de cualquier cosa.

En ese sentido también están los silencios, ¿cómo es su relación con éstos?
En el arte lo que no se ve o no se dice, forma parte de la obra. Lubich fue un director grande porque no te decía dos y dos son cuatro, decía dos y dos, y pasaba a otra cosa, dejaba que el cuatro lo hicieras en la cabeza. Él nos enseñó que se podía contar una historia dejando que la cabeza del espectador funcionara. Eso lo han hecho algunos grandes, como Bresson, él es un maestro en el uso del espacio.

Ahora que habla del manejo de los espacios, ¿no cree que el plano secuencia está desapareciendo?
¿Crees? Puede ser que ahora haya mucho cine de montaje, pero también hay algunos grandes directores como Kiarostami o incluso el mismo Ripstein, que hacen unos planos secuencia fabulosos.

¿Cuál es su juego de cámara favorito?
Mi cámara favorita es la que no se nota. Intento que mi estilo no se note, porque no quiero que distraiga al espectador. Trato de encontrar el estilo y la forma, pero no quiero que eso se imponga sobre el contenido de la película. Por eso me gusta Scorsese, aunque sus últimos trabajos son bastante malos.

¿Al hacer una película, cuál es la parte que más disfruta?
El montaje lo disfruto mucho, también la escritura del guión. Antes sufría con el rodaje, me producía demasiado estrés. La primera película que gocé rodando fue Belle Époque, en las anteriores todavía era más joven y la responsabilidad me jodía, pero con Belle Époque todo cambió por eso es tan importante en mi vida.

Bueno, habrá ayudado a disfrutarla el hecho de contar con Penélope Cruz y Maribel Verdú…
(Risas). Sí, pero también había gente como Fernando Fernán Gómez o Jorge Sáenz, ellos facilitaron el trabajo. Las mujeres guapas a veces nos hacen disfrutar, pero también nos hacen sufrir. ¿A quién no le ha pasado eso? Es como cuando te pasan un plato de comida maravillosa y sólo te dejan olerlo.

Ahora recuerdo una película de Woody Allen, donde cuenta los avatares entre un director y una actriz guapa…
Sí, fíjate que Woody Allen me gusta aunque siento que en sus últimas películas se ha relajado demasiado. Creo que su última obra maestra es Reconstruyendo a Harry, después ha hecho filmes más ligeros y divertidos. Él tuvo una época dorada con obras como Hanna y sus hermanas, Delitos y faldas, Maridos y Esposas y Balas sobre Broadway. Ahora va a rodar en España con Penélope Cruz y Scarlett Johanson.

Hace un momento comentó que los últimos trabajos de Scorsese, ya no le gustaban ¿por qué?
Se dejo institucionalizar. Es la decadencia habitual. Todos cuando nos va bien y ganamos dinero, perdemos cosas. Ganamos unas y perdemos otras. Entre el Scorsese, que era un chico de barrio que quería hacer cine y el actual, que parece más amigo de Giorgio Armani, me quedo con el antiguo.

¿Usted qué perdió cuando ganó el Oscar?
Seguro perdí algo, no se muy bien qué. Lo que sí te puedo decir es que he intentado no perder la espontaneidad ni la frescura. Lo más importante en la vida es no tomarte en serio a ti mismo. Puedes tomar en serio tu trabajo, eso hay que hacerlo lo mejor posible, pero en realidad tú no eres nada, sólo eres el medio del que la película se sirve para existir.

¿Cambió mucho su vida cuando ganó el Oscar?
No, pero sí te diré que cuando mi primera película fue un gran éxito perdí algunos amigos. Eso fue muy doloroso, entonces tenía 24 o 25 años y no entendía que estaba pasando. A partir de eso mi filosofía cambió en el sentido de que cuando te va bien, es cuando necesitas a los amigos. Si te va mal, todo mundo va a darle la palmada y a consolarte, pero los amigos demuestran que lo son cuando te va bien, al contrario de lo que se cree.

¿Qué opina del cine español actual?
Hay algunos directores que me interesan, el que más es mi hermano David, y no lo digo porque sea mi hermano, sino porque considero que es el cineasta que tiene una mejor escritura. Luego me interesan cosas como las que hace Santiago Segura y en particular una película reciente llamada Un instante en la vida ajena de José Luis López Linares.

Regresando al tema de no tomarse en serio, pienso en el humor, otro rasgo de sus películas…
El humor es muy importante, ayuda a que no te vuelvas un imbécil. El humor te ayuda a relativizar todo.

¿Es un hombre de risa fácil?
Soy de risa fácil, me gusta reírme, lo que pasa es que el humor debe ser bueno. Woody Allen ha hecho cosas soberbias, Groucho Marx es uno de mis ídolos, tan es así que le puse su nombre a mi hijo.

¿Sigue creyendo más en Billy Wilder más que en Dios?
Por supuesto. En Dios nunca he creído. Es más si un día me lo encontrara, le pediría unas cuantas explicaciones, no la va a tener fácil. En cambio a Billy Wilder me lo encontré algunas veces, cada vez que iba a Los Ángeles lo visitaba y nos íbamos a comer, ese es uno de los privilegios de mi vida, creo que he tenido bastante suerte y una de las cosas más maravillosas que me han sucedido es haber conocido a ese hombre.

¿Qué le aprendió?
Lo más maravilloso de él, es que no interpretó a ningún personaje, era él. Fue grande, muy modesto y divertido. Algo que me sorprendió fue su bondad. Él se bronqueba con los fuertes y los imbéciles.

¿Tiene películas de cabecera?
Muchas, algunas de Billy Wilder, como El apartamento o Sunset Boulevard; de Trouffaut, El pequeño salvaje; de Renoir, Un día de campo y La gran ilusión; de Bresson, Pickpocket.

¿Qué tal es como productor?
Creo que muy bueno porque intento ayudar y darle todo lo que pueda al director. En lo personal he tenido suerte porque nunca me han impuesto nada, no lo habría aceptado. Pero lo mío es la dirección, soy productor por accidente.

¿Qué está haciendo ahora?
Estoy por iniciar el rodaje de El baile de la victoria, que es una adaptación de la novela de Antonio Skármeta. Es un filme italiano que rodaremos en Santiago de Chile. A parte tengo otros tres proyectos. Uno lo producirá y protagonizará Penélope Cruz se llama Hunter had, se trata de un thriller inspirado en la novela de Patricia Highsmith. Otro tiene que ver con una historia de animación. El cuarto es un documental sobre la vida de un pianista brasileño.

Una vez más la música, ¿hay algo de músico frustrado?
Probablemente. Envidio mucho a los músicos, cuando los veo tocar me da envidia. He intentado aprender algo de clarinete, durante algún tiempo quise tocar el saxo pero lo dejé. Si consigo aprender clarinete, tal vez retome el saxofón.

¿Qué opinión tiene sobre la piratería?
El mundo está organizado de tal forma que si quieres robar un banco, tienes a tu lado a un escuadrón de policía disparándote, en cambio si quieres robar a un artista puedes hacerlo impunemente, como si los artistas no tuviéramos derecho a vivir de nuestro trabajo. Si no hay propiedad privada está bien, pero que sea parejo para todos. La piratería está acabando con el cine y con los discos, porque si salen casi gratis ¿quién va a invertir en producir un disco o una película? Se suele poner como contra argumento que los precios de un cd o un dvd son altos, puede ser, pero cuando compras una naranja, la parte que menos dinero cuesta es la naranja en si misma, el costo tiene que ver con el trabajo que implica cortarla y transportarla.

viernes, 14 de septiembre de 2007

A quien corresponda dos puntos y aparte, va una entrevista con el maestro Sabina


La canción la escribes para corregir la vida


Alguna vez, Joaquín Sabina juró que se retiraría de la música el día en que diera tres conciertos malos de manera consecutiva. Hace bastante tiempo llegó esa fecha y el flaco compositor español no pudo tirar la toalla. Ahora, con veinticinco años de carrera y más del doble de edad, el autor de “¿Quién me ha robado el mes de abril?” sólo piensa en escribir y quizá algún día encontrar a la escurridiza musa que le de el don para hacer la canción más hermosa del mundo. Tequila en mano -¿podía ser de otro modo?-, Sabina reconoce que su vida ha cambiado. De ese proceso de casi resurrección surge Alivio de luto, su disco más reciente. Atrás quedaron las maratónicas jornadas en los bares, hoy es tiempo de estar en casa y dejarse llevar por la pluma –en los últimos años ha publicado un par de libros de poemas. No obstante sigue inquieto, no para de escribir, su mano disimula el cansancio. El tiempo se estaciona en sus gestos y si acaso se muestra en una voz cada vez más arrastrada.

Cuando piensa en su infancia ¿qué es lo primero que le viene a la cabeza?
Ganas de huir, de ser mayor, de ser adulto y qué nadie me haga llorar. No soy de esos que dicen que la infancia es la patria del poeta. Siempre quise ser mayor. En la infancia no tienes ninguna posibilidad de decidir nada, ni de ser libre. Todo mundo te da órdenes. No tengo nostalgia por esa etapa, quizá porque entre tantas desgracias de la vida tuve la inmensa suerte de hacer más o menos lo que he querido.

¿Se considera un hombre afortunado?
En ese terreno sí. Todas las mañanas me arrodillo y me doy de cabezazos contra la pared agradeciendo a los dioses paganos haberme permitido ser un impresentable que hizo siempre lo que quiso.

¿En qué terrenos se considera desafortunado?
En el terreno que comparto con todos los seres humanos: el desencanto y las desgracias de la vida, envejecer, perder amores, que todo cambie y muera la gente cercana.

No sé que pensar con un título disco llamado Alivio de luto ¿cómo se lleva con la muerte?
De la pelona no quiero saber nada. No es miedo, ¡es pánico! No soy de esos budistas que dicen: “la muerte hay que aceptarla” ¡¿Por qué hay que aceptarla?! Mi epitafio será: “Yo no quería”. Moriré pataleando.

En la portada de su disco Dímelo en la calle se le veía, al borde del nocaut ¿se llegó a sentir así?
¡Se me ve apunto de ganar el combate! Eso no es más que una broma visual conmigo y mis cómplices, debido al morbo que hubo respecto a mi enfermedad. Cierto que sufrí un sustito, mucho más leve de lo que se dijo pero suficiente para asustarme. Lo que quería decir es que pese a todo sigo con ganas de vivir, pelear y subirme al escenario.

¿Cómo se ha sentido dentro de la vida sobria?
Bueno relativamente, digamos que dejé de usar la nariz para nada que no fuera respirar. Esto trajo muchas cosas consigo, con coca uno puede estar una semana sin dormir y viviendo en los bares, cosas que yo hacía. Ahora ya no, pero sí me tomo mi tequilita como puedes ver. Estuve ocho meses sin fumar, por el momento regresé al tabaco pero pienso dejarlo de nuevo. Es verdad que me he metido más en casa y que levanté el pie del acelerador pero tampoco tanto.

En su biografía Perdón por la tristeza, es descrito como un hombre ya casi sedentario ¿es así?
Al final, justo antes que me pasará lo que me pasó, ya había decido que los bares estaban muy bien, pero que ahí se perdía mucho tiempo, con borrachines muy graciosos que no conducen a ningún sitio. Así que el disco 19 días y 500 noches que es lo último de lo que habla el libro de Javier Menéndez sí lo hice encerrado. Mi casa siempre esta abierta, salgo a caminar de vez en cuando pero no puedo negar que paso más tiempo en casa.

¿Qué es lo que más trabajo le ha costado aprender a lo largo de su vida?
Convivir conmigo mismo sin urgencia, es decir sin vértigo. Ver la vida de un modo más sosegado y tranquilo. Me esta costando trabajo aprender eso. Soy culo inquieto de mal asiento. No puedo estar sin hacer nada. No disfruto el ocio. No sé estar de vacaciones. Esta es una brea feroz que no se si ganaré.

¿Hay algo de lo que se arrepienta?
No, de nada. Aprendí de Chavela Vargas que uno debe disfrutar de cada copa que se tomó y de cada raya que se metió. No hay que pedir perdón por nada, si siento algo por todo eso es agradecimiento por habérmela pasado tan bien. No soy un recién converso. No haré un anuncio contra las drogas. Quizá de lo único que me arrepiento es de no haber escrito más canciones.

Ha grabado canciones de Serrat y en su nuevo disco grabó una adaptación de un tema de Leonard Cohen ¿a cuál de los dos se siente más cercano?
¿Por qué no a los dos? A Cohen lo escucho casi a diario. No escucho mucha música pero cuando pongo un disco siempre pongo a Cohen. Y Serrat es mi amigo y maestro. Cohen me enseñó el absoluto rigor en el uso de las palabras y esa monotonía hipnótica que tienen sus melodías maravillosas. Serrat nos enseñó a todos el modo de hacer un oficio que estaba muy degradado con una dignidad que ya le dura treinta años.

¿Y entre Rafael Alberti y César Vallejo con quién siente más proximidad?
Otra vez me pones ejemplos difíciles. A Vallejo lo llevo en mi corazón de un modo que no te puedes imaginar, creo que me lo se entero de memoria. Con Alberti conviví, tuve tiempo de ser su amigo. Canté y recité con él. Me siento muy cercano a los dos. Como poeta a riesgo de traicionar a Rafael casi más con Vallejo. De César Vallejo más cercano que de nadie.

¿Cuál es el mandamiento que le cuesta más trabajo cumplir?
“Tenga usted paciencia”, carezco de esa virtud. “Resígnese usted” es otro mandamiento con el que no puedo.

¿Le ha descubierto el Punto G a la vida?
Ahí andamos. La verdad es que últimamente no se lo encuentro mucho pero no me resigno. Actualmente paso una época de readaptación a costumbres nuevas, tiempos y habitats distintos. Trato de encontrar nuevas pasiones, nuevas hogueras donde arder sin quemarme... no es fácil.

¿Lo siguen volviendo loco las medias negras?
¡Sí claro! Pero ya no ejerzo. Estoy completamente retirado.

¿Porqué?
Mmmm... eso quisiera yo saber.

De sus canciones, ¿cuál cree que es la que mejor retrata alguna anécdota biográfica?
Las canciones no mejoran ni empeoran la vida. En realidad, sí la mejoran, Es decir, las canciones sirven para consolarse del desconsuelo de la vida. Sirven para pelear contra la melancolía o bien para bañarte en ella hasta el llanto. Sirven para consolar el triste empezando por quien las escribe. Si estas en tu noche de bodas con la chica de tus sueños, no te pones a escribir una canción, ¡qué carajo! La escribes si la chica de tus sueños te deja por el hombre de sus sueños. La canción la escribes para corregir la vida.

¿Cuál de sus canciones le hubiera gustado vivir?
Difícil...“La Magdalena”, pero la viví, las viví.

¿Extraña el anonimato?
Todos los días. Incluso en los últimos años he desarrollado una especie de fobia al reconocimiento barato. A aquellos que no te tratan como un cantante o un escritor sino como alguien famoso. Eso es insoportable puesto que hay ese estallido de famoserío de usar y tirar que manejan las televisoras. Los chavales ya no te preguntan ¿cómo se escribe una canción?, sino ¿qué tengo que hacer para ser famoso? He desarrollado una fobia histérica contra eso, y se que a veces no soy el tipo más civilizado del mundo para responder cuando voy por la calle y me reconocen.

¿Cómo tomó el hecho de empezar a vender millones de discos y ser número uno en las listas?
Siempre están los primeros cinco minutos, en los que crees que la tienes más larga que los demás, pero eso dura nada. Luego duelen las muelas, o te deja tu mujer, o tienes un día jodido, o no te sale la canción más hermosa del mundo. La gente que tiene vocación de famoso no tiene vocación de artista. El artista es otra cosa.

¿Siempre se trata de escribir la canción más hermosa del mundo?
Sí, siempre y afortunadamente uno nunca la escribe porque si así fuera dirías: “ahí queda eso y ya no hago más”, como Juan Rulfo.

Se que pinta ¿cómo le va en este arte?
Muy mal porque pinto con el culo. Pinto cuadros y se los regalo a mis amigos. Siempre hay alguien que llama de una asociación de no se qué o para no se cuál causa, entonces les doy un cuadro para que lo vendan, para mi sorpresa se venden muy bien. Pinto con muchísima ilusión pero muy mal.

Alguna vez usted puso una bomba molotov en un banco, ¿cuándo fue la última vez que tuvo ganas de volverlo a hacer y contra quien?
Hace muy poco y contra Bush. Lo haría en cualquier momento y sin que me temblara el corazón.

¿Cómo sabe cuando da un mal concierto?
Lo se muy bien. Cuando doy un buen concierto, que no siempre coincide con la reacción del público, a la salida espero a los músicos y nos abrazamos y lloramos. Cuando es regular o mal, cada uno se va al hotel y no habla con nadie. Me gustan los toros porque a los buenos toreros si tienen un buen toro el público les aplaude pero si lo tienen malo el público les pita. En los conciertos no es así, si tienes una año de éxito te aplauden lo hagas bien o mal.

Decir que vive en la calle melancolía, se ha vuelto un buen cliché ¿no?
No, ahí vivo. Nadie me mudará, ni quiero que me muden. La melancolía es un buen jardín donde nacen los mejores poemas, las mejores canciones y las mejores amistades.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Platiqué con el holandés Cees Nooteboom, un hombre de esos que sin ser tira netas, te dicen quien es quien corta el bacalao. Se las dejo mientras escucho el nuevo disco de Manu Chao, que por cierto me produce sensaciones extraños, siento como si siempre cantara la misma canción.


ENTREVISTA CON CEES NOOTEBOOM

“No recuerdo si quería ser escritor o no”

Héctor González

Los escritores se hacen en el camino. Algunos como José Saramago, se descubren ya entrados en la edad adulta, otros como el holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933), lo hacen a los diecisiete años, mientras recorren Europa de aventón. Viajero incansable, el narrador y poeta centroeuropeo, no entra en la categoría de los autores tiranetas. Habla tal y como son sus novelas, las reflexiones provienen directamente de los personajes, en este caso de sí mismo o de gente que ha conocido, pero más allá de la anécdota el trasfondo dice más. Traductor de Huidobro, Neruda y Vallejo, Nooteboom habla en un español casi perfecto sobre Perdido el paraíso (Siruela), su nueva novela. El eterno candidato al Nobel de Literatura, traza las coordenadas de una vida que lleva en sus espaldas una obra amplia y un sinfín de kilómetros recorridos: “Lo extraño es que un día, uno sale de la casa para viajar y al final está haciendo una entrevista con un periodista mexicano”.

Hace poco veía su libro Hotel nómada, y vi un retrato, donde su rostro tiene marcas de paralelos y meridianos. Han sido muchos viajes ¿no?
Ese dibujo lo hizo un amigo alemán para mi cumpleaños y me dijo “es tu retrato”. Tal vez tenga razón. A estas alturas, la verdad es que elijo a dónde aún puedo ir. Por ejemplo, México es un país que me gusta mucho. Otro es Japón, pronto iremos ahí, para hacer el Peregrinaje de los 33 templos. Mi mujer es fotógrafa y ya hemos hecho dos veces el recorrido. No lo hacemos por motivos religiosos, sino porque es un trayecto muy interesante. Hay templos del siglo VIII y IX, están alrededor de Kyoto pero a distancias de 140 kilómetros. Los templos están dedicados a las 33 manifestaciones a la belleza y misericordia en el panteón de los dioses budistas. El budismo, es un sistema religioso que tiene mucho que ver con el catolicismo tal y como se representa en Latinoamérica, hay cánticos, recorridos, circula dinero. Este es un viaje que haremos próximamente, mi mujer tomará las fotos y yo escribiré el libro. Estoy consciente que me queda cierto tiempo de vida, pero mientras pueda viajaré.

¿Un escritor debe estar en el lugar, para escribir sobre él?
Cuando es un libro de viajes sí, cuando es un ficción no. Por ejemplo, escribí un libro llamado El canto del ser y la apariencia, es una obra que transcurre en 1879 en Bulgaria y en 1979 en Roma; respecto a las descripciones de Bulgaria la gente me dice: “¿Cuándo estuviste en Bulgaria?”. Nunca estuve, pero tampoco estuve en 1879, sin embargo es posible escribir gracias a la investigación.

¿Qué tipo de caminos le abrieron los viajes?
Es curioso, porque la gente piensa que todo lo que hace un autor es intencional, pero no. Un día, salí de mi casa, le dije adiós a mi madre y me fui. Tenía 17 o 18 años y viajé de aventón. Primero llegué hasta Escandinavia y después me moví hacia el sur, estoy hablando del año 1954, ahí me inspiré para escribir una novela sobre la historia de un joven que viaja de aventón, porque eso era lo único que sabía. Por supuesto la novela tenía ficción, se llamaba Felipe y los otros, fue un éxito en Holanda porque resultó novedoso, así que de repente y sin premeditación ya era un escritor, salieron críticas y me empezaron a tratar como tal. Hasta entonces no había reparado en lo qué era ser un escritor, lo que había hecho era verter mi experiencia en ese libro y no sabía lo que haría después, para ganarme el pan. No recuerdo si quería ser escritor o no, en ese momento quería escribir, pero la escritura como carrera no me entraba en la cabeza. Otra cosa que tal vez ayudó, fue que me expulsaron de cinco escuelas, nunca estudié una carrera universitaria. La única cosa que, creía que podía hacer, era ir como marinero en un barco que viajó a Surinam. Ese fue mi primer encuentro con el mundo tropical, escribí algunas historias medio conradianas, así que ahí estaba de nuevo la escritura. Después vino otro libro, sobre el problema que tiene uno al elegir entre vivir como los otros o ser escritor, en esa obra el escritor al final se suicida. Al tiempo, he pensado que a lo mejor hice que se suicidara para no haberme suicidado yo. El caso es que nunca pensé en ser escritor. Viajé por todo el mundo, durante 17 años no escribí ficción, sólo me interesaba saber cómo escribir, de aquella experiencia salió Rituales.

¿En qué momento escribir, dejó de ser el resultado de algo y se volvió necesario?
Ahora ya no puedo imaginar otra vida. Lo más complicado me resultó ser aceptado como escritor en mi país. Porque en los 17 años que no escribí novela, la gente me encasilló como un autor de relatos de viaje, pero de un modo despectivo. Sin embargo, siempre he sabido que al final vendrá un libro, pero hay que saber esperar. Lo extraño es que un día, uno sale de la casa para viajar y al final está haciendo una entrevista con un periodista mexicano.

Es como la vida que toman los libros, uno nunca sabe que rumbo terminarán…
Está muy bien pensar en eso de vez en cuando, porque uno se acostumbra a los festivales y las entrevistas.

¿Se acostumbra a las entrevistas o le aburren?
No, pero hay veces que durante las entrevistas, sobre todo cuando hablan de libros que has escrito, los reporteros te dicen: “Usted ha dicho tal cosa”. Y luego son obras que uno escribió hace cuarenta años y obviamente ya no las recuerdas.

Hace un momento habló de los problemas que tuvo durante los 17 años en que dejó de escribir novela, ¿por qué la literatura de viajes es considerada un género menor?
Depende del lugar. En Inglaterra no se da eso, pertenece a la gran literatura, ahí tienen a Chatwin. En Holanda es un poco menos, dicen que yo soy el padrino del género. Para mí, si bien no es lo mismo que la ficción, pero sí es trascendente. Otra cosa es la poesía, yo hago las tres cosas y no sé si soy mejor escritor de viajes que poeta, lo que sí te puedo decir es que la poesía ha influenciado mi estilo narrativo, tanto la que escribo como la que leo.

Ahora que habla de eso, creo que libros como El país de todas las almas o su reciente, Pérdido el paraíso, mantienen esa influencia poética, pero también filosófica…
Sí. No soy filósofo, pero me gusta leerla. En El país de todas las almas, tengo una figura que se llama Abnotim, está inspirado en un amigo filósofo, a quien conocí durante mi estancia en Alemania, te voy contar cómo fue. Estaba haciendo una lectura de Rituales, dentro de una librería, y después la librera me dice que elija un libro como regalo. Escogí uno sobre Schopenhauer, la dependienta me preguntó si lo había escogido por qué era el más caro y le dije que no, que lo había hecho porque el autor estaba en entre el público y quería pedirle que me lo firmara. El caso es que nos presentamos. Le pedí que me firmara su volumen y él me pidió que le firmara, mi primer libro, uno del que sólo vendí como 200 ejemplares. Él se llama Rüdiger Safranski y es 30 años menor que yo, al rato me contó que cada vez que iba a empezar una relación amorosa les pedía a sus parejas que leyeran mi libro, para conocer su opinión. Así empezamos una buena amistad. Habló de él, porque es un filósofo que se sabe explicar. Tiene capacidad de elocuencia, y cada vez que habló con él me queda la impresión de que he comprendido todo. Con esto quiero decir que me gusta la filosofía, pero no soy un académico. De todos modos creo que la filosofía está presente en mis libros. Ahí quien dice que mis libros son difíciles por eso, no lo sé.

Cierto, sus libros tienen cierta densidad reflexiva…
Me gusta que mis libros existan reflexiones. Escribo para esclarecerme algunas cosas. Por ejemplo, tengo una obra que se llama En las montañas de los países bajos, es como un cuento de hadas porque Holanda no tiene montañas. Lo escribí para reflexionar sobre la diferencia entre el mito, el cuento de hadas y la fantasía. En el caso de El día de todas las almas, lo hice para comprender las distintas maneras de escribir sobre historia. Es así, para entender algunas cosas de la vida o la filosofía tengo que escribir, para mí sólo así encuentro la claridad.

Su libro más reciente se llama Perdido el paraíso, ¿cuándo se pierde qué nos queda?
Lo que le quedaba a Adán y Eva: vivir. No sé que queda, uno no se puede imaginar el paraíso, puedes imaginar un mundo mejor, pero a mí juicio pensar en el paraíso puede resultar un poco aburrido. A mi me gusta el mundo con todo y sus problemas. El título obedece a una metáfora y está basado en Milton. Si Dios era todo poderoso, podría haber sabido lo que pasaría con Eva. ¿Por qué Dios creó unos seres imperfectos? Como historia funciona, es un título poético porque, según la religión, cuando los ángeles expulsan a Adán y Eva es cuando verdaderamente empieza la historia de la humanidad.

Dentro del libro escribe que uno triunfa cuando trasciende la idea de mortalidad…
Me pregunto ¿queremos verdaderamente vivir eternamente? No lo sé, pero no me puedo imaginar queriendo vivir mil años. Aún así, para mucha gente decir adiós no es agradable, porque hay dolor y vejez. Mi madre tiene 96 años, ya empieza a perder de la memoria, a veces no me reconoce, esas cosas son tristes pero qué se le puede hacer.

¿Cómo lleva la idea de la muerte?
Luego me preguntan qué por qué escribo tanto sobre la muerte y suelo responder que porque cuando esté muerto no lo podré hacer.

Su padre murió muy joven, en cambio su madre ha vivido bastante…
Sí, mi padre murió en la guerra. También teníamos una tía que vivió hasta los 105 años, y totalmente consciente. A lo mejor puede parecer injusto que unos vivan más y otros menos. Pero siempre hay límite, en el caso de esta tía, ella dijo: “bueno ya he vivido bastante bye bye” y murió. Ese es un buen fin, pero cuando tus padres pierden la memoria es algo triste. Un día salimos a cenar con mi madre, y cuando la llevamos de regreso a su casa, nos dijo: “yo no vivo aquí”. Nosotros le enseñamos sus cosas, y no reconocía nada, ni siquiera la imagen de su último esposo. Eso es duro para nosotros, pero también para el enfermo. Un amigo ha escrito una novela sobre el Alzhaimer, pero desde el punto de vista del enfermo. Hay un pasaje donde el protagonista le dice a su mujer, “ya me voy a la oficina”; y ella le responde “pero si ya estás jubilado”. Con la memoria se pierde mucho. Cuando estoy con mi madre y está en un lapso de no comprensión, si empiezo a cantar canciones de su juventud, se acuerda. Y es que la memoria corta se va y la larga se queda.

¿Qué lee de literatura latinoamericana?
El problema es que en este mundo hay demasiados libros. Leo en cuatro o cinco idiomas, sin embargo hay muchos clásicos que no he leído. Otro problema que tengo es el tiempo. De Latinoamérica conozco, sobre todo a los poetas que he traducido, como a Huidobro, Vellejo, Neruda. De prosa conozco muy bien a Borges, también Bioy Casáres, Lezama y Onetti. Por supuesto hay muchos a los que no conozco, pero es que hay un momento en que uno deja de leer a los autores de moda. Ahora los libros vienen y van muy pronto. En mi país he visto ir y venir a muchos escritores, pero sólo quedan cinco o seis.

Uno de ellos será Harry Mulisch…
Lo conozco bastante bien. Es un buen ejemplo, él es más viejo, tiene 79 años y ha dicho que ya no quiere escribir más, que sólo quiere leer el periódico. Yo todavía quiero escribir un poco.

¿Y piensa en el Nobel?
No… respecto a este tema, retomo lo que dice Hugo Claus, después de ser candidato, uno se convierte en candidato eterno. Eso es algo que no viene de mí, ni tal vez de los suecos, sino de los medios. Cualquier cosa que uno diga respecto a este tema esta mal. Si digo que no, es una tontería. Si digo que no lo creo, es la verdad. Como sea, para los escritores es mejor no pensarlo, puedo vivir sin eso.